“El hombre debe cargarse (receptividad) para poder dar (emisividad).
Un ser que sólo emite no tiene posibilidades de nutrirse, de equilibrarse,
de cargar nuevas fuerzas y por ello sólo puede dar su fatiga,
su tensión y en la mayoría de veces, sus angustias:
damos lo que somos”
Monique Deschaussées. Pianista y pedagoga.
El rendimiento de un músico se encuentra muy condicionado por la calidad y la proporción en la que aparecen las dos grandes facultades de la mente humana: la emisividad y la receptividad. La emisividad tiene que ver con aquello que producimos, sean pensamientos o acciones, mientras que la receptividad hace referencia a lo que captamos a través de nuestros sentidos y de nuestra consciencia. La mente que piensa, genera o crea, y la mente que contempla.
Dos recorridos opuestos
Nuestro sistema nervioso periférico funciona también emitiendo y recibiendo. Un flujo de impulsos eléctricos parte del sistema nervioso central con el propósito de activar nuestros músculos y hormonas (eferencias). Otro flujo de impulsos eléctricos va en la dirección contraria, es decir, recoge información de los sentidos y se la transmite al sistema nervioso central (aferencias).
- Impulsos que parten del cerebro y que activan mecanismos.
- impulsos que llegan al cerebro cargados de sensaciones.
Imagina que te encuentras en casa, te das cuenta de que te has despistado y vas a llegar tarde a tu clase semanal de instrumento. Recuerdas súbitamente que tu profesor lleva muy mal los retrasos. Todavía tienes que poner la comida en una fiambrera, acabar de vestirte y recoger las partituras del atril. Cierras a golpes las puertas de los armarios, pones todo tu cuerpo en tensión al calzarte las zapatillas, y cuando te encaminas a la salida tropezando con todo lo que se encuentra a tu paso, te das cuenta de que no llevas las llaves de casa. ¿Dónde estarán las malditas llaves? Te encuentras tan alterado, que tienes las llaves colgadas enfrente de tus narices y eres incapaz de verlas.
- Infinidad de impulsos eléctricos parten de tu cerebro hacia tu cuerpo transformándose en tensas y erráticas acciones.
- Tu mente excesivamente emisiva te ha jugado una mala pasada.
Imagina por el contrario, que te encuentras dando un paseo por el monte y quieres regalarte un baño natural de sensaciones. Te sientas en el suelo, apoyas tu espalda sobre un robusto árbol y cierras los ojos durante un momento. Te dedicas a respirar y a descubrir los aromas de las plantas cercanas, los sonidos de los pájaros y del viento. Posas tu mano derecha sobre el suelo y notas la textura húmeda de unas briznas de hierba. En pocos segundos notas que te apetece respirar con mayor amplitud, la diversidad de sonidos de la naturaleza te genera curiosidad, una sensación agradable de calma, suavidad y frescura.
- Tu mente pensante y emisiva está en pausa.
- Miríadas de sensaciones transformadas en impulsos eléctricos van por diversas rutas hacia un mismo lugar, tu mente receptiva.
- El efecto es balsámico y apaciguador.
El equilibrio del tráfico en esta autopista bioquímica de dos sentidos resulta esencial, tanto para nuestro bienestar emocional, como para nuestro buen desempeño musical.
Un exceso de emisión, o una emisión desordenada y caótica es perjudicial y se ve reflejada, por ejemplo, en interpretaciones muy afectadas por los nervios y la tensión muscular excesiva. La falta de una adecuada dosis de receptividad durante las sesiones de estudio, en otras ocasiones, manifiesta también un inadecuado balance entre los niveles de emisividad y receptividad.
Miríadas de sensaciones transformadas en impulsos eléctricos van por diversas rutas hacia un mismo lugar, tu mente receptiva.
Emisividad «borrosa»
Como sucede en tantos otros aspectos vitales, en el centro se encuentra la virtud. Un ilustrativo ejemplo de una emisividad excesiva y “borrosa”, la encontraríamos en un director de orquesta que durante los ensayos, bombardea a los músicos con innumerables indicaciones a voz en grito y se mueve agitadamente, pero pasa desapercibidos muchos aspectos sonoros que no están funcionando adecuadamente: desafinaciones, desajustes en el tempo, planos sonoros inexistentes, entradas fuera de lugar…
Para que la emisividad sea certera, necesita complementarse momento a momento con un constante feedback de lo que sucede. Si pretendemos conducir un coche en buenas condiciones es necesario disponer de un parabrisas limpio, de buena visibilidad . Aunque desempeñemos el rol de emisores (director, intérprete, profesor…), una adecuada dosis de receptividad es necesaria para el buen desempeño.
En el ejemplo del director, el incremento de su emisividad ante una deficiente ejecución, no conduciría a ninguna mejora satisfactoria. Aumentar la tensión, gritar todavía más fuerte o marcar con más ahínco y aspavientos sin ir acompañado por una adecuada receptividad, no aportaría una mejora en el resultado sonoro (ni en la opinión que los músicos desarrollarían de él). Incluso en una actividad tan eminentemente emisiva cómo clavar un clavo con un martillo, si no te tomas la molestia de observar mínimamente, muy probablemente el clavo acabe torcido y tu dedo salga mal parado.
Escuchar para mejorar
Durante un ensayo o durante una sesión de estudio, conviene que los niveles de emisividad se encuentren bien ajustados y entrelazados por capas de continua receptividad (escucha activa, consciencia corporal, consciencia emocional). ¿Por qué? La respuesta es evidente. Porque para avanzar y mejorar, es necesario realizar continuamente ajustes y adecuaciones en función de lo que sucede, en función de lo que producimos y adónde pretendemos llegar.
Al estudiar, en la cotidiana tarea de mejorar a través de ensayo y error, un exceso de emisión representa un claro obstáculo. Estudiar con eficacia implica esforzarse por crear las condiciones que lleven a un equilibrio ponderado entre emisividad y receptividad. Muy a menudo, esto se traduce en rebajar la emisividad excesiva y elevar el nivel y calidad de la receptividad.
Algunas circunstancias en las que en mi opinión, se tiende a producir una emisividad “borrosa” durante la actividad musical, tienen que ver con:
- Ideas preconcebidas que dificultan escucharse con objetividad.
- Acomodación del oído por la costumbre.
- Distorsión o imprecisión de las sensaciones corporales, fruto de un hábito mantenido de malas posturas o un exceso de tensión.
- Falta de claridad en lo que se pretende conseguir sonoramente.
- Asociar intensidad interpretativa con exceso de tensión muscular.
- Falta de entrenamiento auditivo (discriminación imprecisa de la afinación, calidad del sonido …)
- Falta de consciencia corporal por desinterés.
- Obras muy por encima del nivel de dominio que se posee.
- Rigidez mental o emocional.
Regular el tráfico
¿Dónde se encuentra la llave para equilibrar nuestros niveles de emisividad y receptividad durante la actividad musical?
Nuestra mente consciente actúa como un agente de tráfico que se sitúa en una especie de tribuna elevada, en medio de una carretera imaginaria. Desde allí regula el flujo de vehículos en un sentido (emisiones) y en otro (recepciones). En función de las necesidades, permitirá más o menos paso en una dirección u otra.
En ocasiones, el agente se tendrá que esforzar por hacer gestos con las manos para calmar a los numerosos y apresurados vehículos emisivos que pisan a fondo el acelerador y se agolpan por llegar a su destino. En otras ocasiones, invitará a incrementar el paso de los que transitan por la vía receptiva.
Lo que quizás más nos importe saber es que esos vehículos transmiten mensajes y esos mensajes producen efectos. Hay mensajes activadores y hay mensajes que favorecen una activación más eficiente. Hay mensajes equilibradores y hay mensajes que producen el caos y el bloqueo del sistema.
La experiencia, el buen criterio y la reflexión contribuyen a que el regulador de este continuo tráfico (nuestra mente), consiga un flujo equilibrado y fructífero de emisividad y de receptividad.
A través de la comprensión de los procesos neurofisiológicos que subyacen a un mejor rendimiento musical podemos avanzar por un camino más saludable y satisfactorio. Y mediante la práctica continuada de los mecanismos equilibradores, es posible transformar una emisividad exagerada o caótica por otra más operativa.
Lo que quizás más nos importe saber es que esos vehículos transmiten mensajes y esos mensajes producen efectos.
Restableciendo el sistema
Muy a menudo, el camino para conseguir el equilibrio en acción, pasa por abrir de par en par los ventanales de la receptividad. Darle al botón de pausa en nuestra mente dispersa y alterada, y centrar nuestro foco en las sensaciones conscientes.
La práctica del mindfulness, hoy por hoy tan de moda, representa una invitación para despertar a una consciencia abierta y receptiva. El doctor Jon Kabat-Zinn popularizó este tipo de meditación en occidente, y en los últimos años se ha producido un creciente interés por ella como consecuencia de los efectos psicológicos positivos comprobados científicamente. Los avances en neurología han podido constatar que, como consecuencia de la práctica regular de la meditación, el córtex prefrontal izquierdo que es la parte del cerebro más involucrada en la felicidad, se desarrolla en mayor medida.
Pero mucho antes de que se hiciera popular entre nosotros este tipo de meditación, el doctor suizo Roger Vittoz (1863-1925), ya se había percatado de que el sistema nervioso alterado, es un sistema donde la receptividad se encuentra minimizada y la emisividad campa a sus anchas de forma caótica y perversa. El conocido método que desarrolló el doctor Vittoz, consiste precisamente en reestablecer el equilibrio entre emisividad y receptividad mediante la reeducación del control cerebral. La receptividad se ejercita ampliamente a través de sus propuestas. De esta forma, las sensaciones conscientes alcanzan el espacio natural con el que la mente recobra su buen funcionamiento.
Muy a menudo, el camino para conseguir el equilibrio en acción pasa por abrir de par en par los ventanales de la receptividad.
Conclusión
La observación, la contemplación libre de prejuicios, no solo es sana, sino que es fuente inagotable de nuevos recursos y de vida. La producción artística necesita alimentarse de percepciones frescas y renovadas. Como decía el autor de la Consagración de la Primavera, «La facultad de crear nunca nos ha sido dada a todos nosotros por sí misma. Siempre va unida de la mano del regalo de la observación». Igor Strawinsky sabía que para producir con calidad, es necesario nutrirse continua y abundantemente. El intérprete es también un creador.
Antes hemos hablado del estudio. Escuchar, analizar, repetir y mejorar, representan algunos de sus ingredientes esenciales. Pero el intérprete ya en concierto, necesita suscitar un estado en el que las capas de emisividad y receptividad se entremezclan en una sinergia creadora y espontánea. El compromiso artístico y personal por entregar al público el mensaje sagrado de la música, bien merece el esfuerzo por alcanzar este equilibrio.
Rafael García Martínez
Reflexiones
El equilibrio entre emisividad y receptividad posee múltiples planos o ángulos de contemplación.
- ¿Consideras importante encontrar un equilibrio entre emisión y recepción durante la actividad musical? ¿Por qué?
- ¿Qué niveles de emisividad y receptividad consideras que son más convenientes al estudiar?
- ¿Y al actuar en público?
- ¿Crees que se puede emitir y recibir simultáneamente?
- ¿Crees que son incompatibles?
- ¿Qué beneficios consideras que te puede aportar incrementar tu nivel de receptividad?
- ¿Cómo crees que lo puedes desarrollar?